!Tienes una suerte endemoniada Daniel¡ !Tu madre ha tenido que rezar hoy mucho por tí! repetía sin cesar mi Ángel de la Guarda de Libia mientras íbamos viendo como se acercaba el momento en el que conseguíamos la ampliación de mi visado de tránsito hasta el 30 de marzo de 2008.
Esta misma persona, Abdulaziz Lathram, buen amigo y consejero, me sugirió que me hiciera con un número para mi móvil y logró que me entrevistaran en un periódico en el que un día, ocupé una columna y otro una página entera.
- ¿Qué dices Mukeika?
- Mmmh Zzzzz Zzzz
- Está cansada la pobre y tiene las ruedas remendadas de parches por el estado de las carreteras. Me parece que hoy no quiere hablar con nosotros.
Vagamente consigo encontrar las palabras que describan la magia de estos días, de los encuentros y momentos vividos.
Cuando se resolvió el problema de la frontera estuve un rato con la policía que me ofrecían cigarrillos, asiento y me daban su número para que les llamase al llegar a Sabaratha. No hizo falta porque me los crucé a la entrada de unas ruinas romanas. Allí compartimos risas y cigarrillos hasta que llegó la hora de la cena, las copas y el humo.
Salí con energía a la mañana siguiente después de desayunar con un hermano marroquí. Rodamos 81km por pésimas carreteras siempre llenas de coches y camiones hasta llegar a Trípoli. Qué diferente es esta capital a todas las otras visitadas. Qué perdido me sentía al buscar el camino al albergue con todos los letreros en árabe y su constante ir y venir de coches. Las calles llenas de gente. La cegadora luz que de rebote fuerza ese incomodo gesto en el rostro de todos.
Atardece lentamente y extenuado sigo sin encontrar el albergue. Al final, unos ociosos chicos me ayudan. En la habitación 206 descanso y día a día va cambiando mi primera impresión de mis compañeros de habitación Idriss, Ali y Hasan. Ellos se convierten en mis amigos, en mi familia durante las seis noches que viví en esta ciudad de mano de Abdulaziz, de los periodistas -amigos- que me llevaron a visitar el Museo de Munzur, la sede de su periódico, la ciudad; del encargado de hacerme la entrevista, Tarec, que me abrió las puertas de su casa donde conocí a su familia.¡Margabal Daniel! (Bienvenido Daniel) es la frase de las gentes de Libia al verme aparecer en solitario subido sobre Mukeika.
Dejé Trípoli con gran pesar pero contento por volver a la carretera. No rodé mucho ya que la ampliación del visado me da calma y me dejo llevar por el instinto. Llegué a Al-Garabulli donde paré a cenar algo y en ese mismo restaurante pasé la noche entre iguales, como me decía uno de los tres tunecinos que allí habitan: <Tú eres igual a nosotros Daniel. Nosotros somos tunecinos en Libia y tu español también en Libia. Un amigo, un hermano>
60 km más tarde y algún pinchazo más, me encuentro en El-Khums donde después de dos noches en un albergue de mierda -el jefe se queda con el dinero y los estudiantes que aquí pasan el año universitario conviven sin agua caliente, sin higiene y dentro de un edificio que se cae- me preparo para mañana salir hacia Misratah.
Esta misma persona, Abdulaziz Lathram, buen amigo y consejero, me sugirió que me hiciera con un número para mi móvil y logró que me entrevistaran en un periódico en el que un día, ocupé una columna y otro una página entera.
- ¿Qué dices Mukeika?
- Mmmh Zzzzz Zzzz
- Está cansada la pobre y tiene las ruedas remendadas de parches por el estado de las carreteras. Me parece que hoy no quiere hablar con nosotros.
Vagamente consigo encontrar las palabras que describan la magia de estos días, de los encuentros y momentos vividos.
Cuando se resolvió el problema de la frontera estuve un rato con la policía que me ofrecían cigarrillos, asiento y me daban su número para que les llamase al llegar a Sabaratha. No hizo falta porque me los crucé a la entrada de unas ruinas romanas. Allí compartimos risas y cigarrillos hasta que llegó la hora de la cena, las copas y el humo.
Salí con energía a la mañana siguiente después de desayunar con un hermano marroquí. Rodamos 81km por pésimas carreteras siempre llenas de coches y camiones hasta llegar a Trípoli. Qué diferente es esta capital a todas las otras visitadas. Qué perdido me sentía al buscar el camino al albergue con todos los letreros en árabe y su constante ir y venir de coches. Las calles llenas de gente. La cegadora luz que de rebote fuerza ese incomodo gesto en el rostro de todos.
Atardece lentamente y extenuado sigo sin encontrar el albergue. Al final, unos ociosos chicos me ayudan. En la habitación 206 descanso y día a día va cambiando mi primera impresión de mis compañeros de habitación Idriss, Ali y Hasan. Ellos se convierten en mis amigos, en mi familia durante las seis noches que viví en esta ciudad de mano de Abdulaziz, de los periodistas -amigos- que me llevaron a visitar el Museo de Munzur, la sede de su periódico, la ciudad; del encargado de hacerme la entrevista, Tarec, que me abrió las puertas de su casa donde conocí a su familia.¡Margabal Daniel! (Bienvenido Daniel) es la frase de las gentes de Libia al verme aparecer en solitario subido sobre Mukeika.
Dejé Trípoli con gran pesar pero contento por volver a la carretera. No rodé mucho ya que la ampliación del visado me da calma y me dejo llevar por el instinto. Llegué a Al-Garabulli donde paré a cenar algo y en ese mismo restaurante pasé la noche entre iguales, como me decía uno de los tres tunecinos que allí habitan: <Tú eres igual a nosotros Daniel. Nosotros somos tunecinos en Libia y tu español también en Libia. Un amigo, un hermano>
60 km más tarde y algún pinchazo más, me encuentro en El-Khums donde después de dos noches en un albergue de mierda -el jefe se queda con el dinero y los estudiantes que aquí pasan el año universitario conviven sin agua caliente, sin higiene y dentro de un edificio que se cae- me preparo para mañana salir hacia Misratah.
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