Cesan los desplazamientos y me adentro en un período de tranquilidad donde me concentro en vivir en una ciudad de un país extrajero y en ser todo lo feliz que pueda, todo el tiempo que pueda.
Sana'a me recuerda a una España que pervive en los ríos de mi infancia: vida en la calle a los ojos de una comunidad en la que todos se conocen:
Vivo en "Sana'a la Vieja", a escasos metros de una plaza donde se encuentra un hospital y rodeado de minaretes que cinco veces al día llaman a la oración.
Por sus estrechas y caprichosas calles siempre se encuentran niños que aumentan la magia de esta ciudad con su alegría e inocencia. ¡Son niños, sí, son niños que inventan y que juegan! Corren por las calles detrás de balones, unos improvisados otros de casi la misma forma; golpean la piedra mientras a la pata coja recorren la rayuela de colores dibujada en el suelo, desde la ciudad hasta el Cielo. Expresivos, alegres, llenos de vida; pequeños diablos llenos de picardía. Niños y niñas juntos que con sus colores, pintan los corazones de los mayores: niños grandes que olvidaron su capacidad de pintar.
Los mayores no son tan mayores: conservan "algo" de inocencia que se mezcla con su sangre guerrera y romántica. Dentro de su ancestral brutalidad, se establece su pasión por la música, el baile y el cante.
Me sorprende la juvenil fisionomía de los hombres, en especial la de los ancianos: la sabia mirada que otorga el lento transcurrir del tiempo, siempre acompañada del brillo de la última infancia y de una sonrisa que hace falta ganársela. "¿Tienen cara de niño grande?" esta frase la repito cada vez más sorprendido, sumido en mis cavilaciones sobre qué clase de felicidad deja esa imágen en el reflejo del alma.
Mientras se acerca el mes de las lluvias, le precede el de las bodas, llenando las calles de enormes carpas, donde se congregan los hombres unidos por el sentimiento de felicidad de un nuevo casamiento. Los hombres bailan en las calles antes de entrar a las carpas e iniciar la sesión de cat.
Las mujeres... las mujeres... negras sombras de brillantes y grandes ojos que sin pena ni gloria andan por las laberínticas calles de esta ciudad de galleta y chocolate. Mundo desconocido y protegido por el honor de las familias; inaccesible a los extraños, ensueño de varones que despiertan del largo letargo de sus corazones el día de su casamiento.
Miradas que de reojo observan el mundo bajo lo opaco de su vestimenta, ojos que expresan más que mil palabras... la dulce mitad del amor: la mujer.
martes, julio 15, 2008
Vida de barrio
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