Podría contaros que salí a toda prisa de Egipto y que días antes rodé sin tener muchos problemas con la policía; que me aventuré a visitar uno de esos pueblos tan "peligrosos" y allí me encontré con agricultores y niños cuya mirada y sonrisa no daba más miedo que el precioso atardecer que viví navegando el lago Nasser dirección Sudán... podría entretener al Tiempo mismo relatando historias, cuentos y encuentros que darían para mil y tres noches... podría pero Egipto terminó cuando desde el barco avisté el templo de Abu Simbel bañado por los colores del amanecer.
Pisé tierra sudaní junto a mi nuevo amigo Osmán - hombre de negocios sudaní- y supe al instante lo que es un clima hostil y como son sus gentes: amables, no hay más palabras. El ambiente que se respiraba en la zona de control portuario, en la parte de inmigración y objetos que declarar fue algo más que estar en casa. La policía misma me dió de beber, invitó a comer y me regaló cuatro paquetes de tabaco.
Pasé los días con Osmán en Wadi Halfa esperando a que llegara su mercancia. Esperar es clave en Sudan pero no es fácil, no lo es cuando a una hora de atardecer todavía hay 42ºC y la Madre Tierra llora lágrimas de vapor de agua creando lagos de espejismos.
Esperando cambié nuevamente los zapatos a Mukeika y muy a su pesar la puse las cubiertas de tierra. Esperando traté de dar una vuelta bajo el ardiente Sol con el cuerpo sin alegría Mukeika, carente de espíritu empieza a tener problemas y pierde vida; espero poder arreglar la rotura en el transportín trasero en Khartoum, capital de Sudán.
Decidimos salir de ese pueblo e ilegalmente nos aventuramos en un tren de carga que nos cruzara el desierto de Nubia. Todavía avistábamos las luces de la pequeña Wadi Halfa cuando el tren paró en mitad de la noche, el motivo se debió a las tormentas de arena de los días anteriores, habían cubierto unos cien metros de vía. Salimos del tren y las personas que decidimos quedarnos y continuar esperamos a que los operarios limpiaran el camino, los que fueron vencidos por el miedo de verse atrapados en mitad del desierto por otro problema en las vías se volvieron a pie.
Llegamos de mañana a la ciudad de Abu Hamed y cruzamos más desierto en autobus. La temperatura subía y subía, por dos veces se rebentaron las ruedas del autobus, una fue bajo el padre Sol, sin sombra donde cobijarse, la siguiente hubo más suerte pero no recambio para la rueda. Hubo que esperar a que vinieran con una nueva. De noche, con 40ºC, llegamos cansados y hambrientos a Atbara. Un nuevo día un nuevo autobús, este con aire acondicionado nos trajo a Khartoum.
No sé si será posible montar en bici en este país, tampoco sé con certeza cuál será mi siguiente movimiento pero sí que sé que esto es lo más cercano a los fuegos del infierno donde las llamas abrasan durante el día y de noche vienen los demonios de la mente y el corazón. Quizá sea un punto de inflexión en el viaje, quizá sea el purgatorio a ninguna parte... o seguro que es que en el mes de Mayo, ni se te ocurra venir a Sudán a montar en bicicleta. Unos nuevos amigos surafricanos, me dicen que en moto es también un infierno.
De momento, esperemos a arreglar el problema de Muke
lunes, mayo 19, 2008
Sudán, la sartén de África
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